La noche transcurría animada en una terraza de Querétaro, entre copas de mezcal y anécdotas de bisturí. El bullicio de los colegas se fue disipando cuando el Dr. Martínez, impecable en su blazer de lino y sonrisa satisfecha, le propuso al Dr. Efraín Retana apartarse un momento. Ambos tomaron asiento en una mesa más apartada. El tono cambió: el debate estaba por comenzar.
Dr. Martínez (con una copa en mano y tono altivo):
«Efraín, hermano, ya basta de romanticismos. Estás desperdiciando tu talento allá en esos cerros costarricenses. ¿Qué haces allá, curando gente descalza por frijoles y gracias? ¿Cuándo vas a darte el lujo de vivir como el médico que eres? Mira, permíteme enumerarte, con claridad, las ventajas de ejercer en la ciudad».
- Alcurnia y prestigio profesional:
Aquí en la ciudad, el apellido y el cargo importan. Las clínicas privadas pelean por tener a los mejores —y los mejores se visten como yo, comen en donde yo, y no se embarran las botas en caminos de lodo. Ser médico en la capital te da estatus, reputación, influencia. Allá en la montaña, apenas y saben pronunciar tu nombre.
- Tecnología de punta y acceso inmediato a recursos:
En los hospitales urbanos tengo acceso a resonancias, TACs, robots quirúrgicos. Allá, tú haces diagnósticos a ojo, con fonendo prestado y un tensiómetro que parece de museo. Aquí salvamos vidas con ciencia, no con intuición y esperanza.
- Estabilidad económica y confort:
¿Sabes cuánto cobro por una consulta? ¿Cuánto gano por guardia? Vivo en una torre con vista al Acueducto, tengo coche europeo y me doy el lujo de decirle no a pacientes conflictivos. Tú, en cambio, vives para sobrevivir, compartes techo con mosquitos y agradeces un plato de arroz. El lujo no es pecado, Efraín. La miseria, sí.
- Horarios controlados y vida social activa:
Aquí tengo gimnasio, cenas, congresos internacionales. ¿Tú? Te acuestas con gallos y te levantas con alarmas de partos sin incubadora. Tu vida está dictada por necesidades ajenas, la mía por agendas bien pagadas.
- Seguridad y legalidad:
En la ciudad tengo abogados, seguros médicos y corporativos que me respaldan. Tú vives en riesgo constante, entre caminos sin señal, pueblos sin ley y autoridades que ni te protegen ni te pagan a tiempo.
Así, ambos brindaron nuevamente por los juramentos hechos, por los años de arduo estudio, y por la felicidad que sus familias sintieron cuando ambos, cada uno en su universo personal, se recibió de médico.
El Dr. Efraín Retana, con gesto sereno, pero firme, declaró a quemarropa, «me hice médico porque desde niño, siempre soñé con serlo, siempre soñé con ayudar a la gente, ya desde niño lo soñaba, yo me fui a trabajar a las montañas de Talamanca en Costa Rica, por hacer mi servicio social, en el año 2005 se hizo una rifa para médicos recién graduados que vienen a prestar servicio social, y nunca se me olvida, yo saqué la ficha número 100 en el colegio de médicos, y escogí Talamanca, más que nada por esa indómita, por lo místico, por lo bonito, escogí Talamanca y desde entonces estoy en ese lugar. Pero, permíteme querido colega, argumentar mis motivos, al igual que usted defendió los suyos», indicó Retana serenamente.
«Martínez, tu ciudad es un espejismo, donde el ego se infla y el alma se marchita. ¿De qué sirve un quirófano de millones si no conoces el nombre de tus pacientes? Pero tranquilo, te escucharé… porque hasta en el ruido de tu arrogancia hay verdades que merecen ser rebatidas».
El Dr. Efraín Retana, con los ojos brillando de dignidad y la copa de mezcal en alto, respondió sin titubeos:
—Martínez… sí, reconozco que la ciudad brilla. Que tus argumentos tienen peso para quien busca comodidad, fama y lujos. Pero déjame decirte algo: yo no cambié mi juramento por un penthouse. Elegí servir donde más me necesitan, no donde más me aplauden.
- El contacto humano:
Allá en las montañas no tengo títulos en la puerta, pero tengo abrazos sinceros. La gente me espera como a un hijo, me bendicen con cada cura, me lloran con gratitud. Aquí, tus pacientes te ven como un servicio; allá, como una esperanza.
- El valor de lo esencial:
No necesito resonancias para escuchar un corazón, ni robots para sanar una herida. Trabajo con lo que tengo, con ingenio, con entrega. Aprendí a hacer más con menos, y eso me ha hecho mejor médico… y mejor hombre.
- Libertad auténtica:
Mi cielo no tiene smog, ni bocinas, ni horarios de oficina. Camino entre cafetales, escucho pájaros, y ceno con la comunidad. No vivo atrapado entre concreto y protocolo; vivo libre, útil, presente.
- Impacto real:
Tus diagnósticos llegan al expediente. Los míos cambian vidas enteras. Un parto que atiendo puede significar que un pueblo tenga futuro. Cada vacuna que pongo es una victoria contra el olvido.
- Vocación verdadera:
Porque ser médico no es un negocio, es un acto de fe. Allá no tengo lujos, pero tengo propósito. Y eso no se compra ni en las mejores clínicas privadas.
—Así que no, Martínez, no me iré de Talamanca por ahora. Que otros se queden con la fama; yo me quedo con el alma. Porque mientras tú coleccionas relojes, yo colecciono historias. Y créeme… esas pesan mucho más cuando la vida te pasa la cuenta.
El silencio fue absoluto. Sólo se oían las risas lejanas del grupo y el suave tintineo del hielo en sus vasos.
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